Fábula. El padre y el hueso de jamón
Dora llevaba años preparando ese guiso a fuego lento, para darle a probar a su padre de su mejor receta; el éxito de su constancia. Alguna que otra vez le había llevado arrastra hasta el puchero y alargando el brazo cuchara en mano, había intentado que lo probara a toda costa, pero él siempre se negaba diciendo: "esto no es lo que espero de ti".
La pobre muchacha, lo intentaba una y otra vez, sin ningún resultado. A veces, no lograba ni que él se acercara a verla a la cocina. Pero Dora seguía preparando distintas recetas día tras día hasta dar con la apropiada. No se conformaba con el consentimiento de otros, no buscaba éxito alguno sino la aprobación de su padre, el respeto a su trabajo. Un día, sentada en el suelo, cortando cebollas en juliana fina, se prometió firmemente que no pararía hasta dar con el sabor perfecto; el sabor del color. La sopa que haría que el padre de Dora aceptara su esfuerzo.
No paró de intentarlo una y otra vez, se documentó, hizo cursos, empezó a darse a conocer y sus aromas se extendieron por distintas localidades. Ese día, intentó entrar en la escuela de un prestigioso maestro no con muchos ánimos de ser admitida, pero lo fue. Siguió aprendiendo y practicando, sin saber que su padre había estado estudiando sobre los maestros de su hija y se dio cuenta que había logrado su propósito, ser lo que ella quería ser.
Cuando regresó de su aprendizaje en otra ciudad, su padre le dijo:
- Dora tengo un regalo para ti, he visto lo que allí cocinabais y he decidido que quiero que me cocines a mi lo mismo. Toma, un hueso de jamón, como el que os daban allí.
Ella sintió el orgullo de su padre y sonrió, él mismo le había puesto los ingredientes en bandeja y se los había colocado en la mesa.